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La historia del pueblo con una de las mayores reservas de gas de América Latina

Megantoni, Perú, 17 de diciembre de 2018, El País. – Un distrito con el nombre de un ave. Tierra de guacamayos. Eso es Megantoni para los indígenas machiguengas. Para el resto del mundo, el distrito más rico de Perú. Con poco más de un millón de hectáreas, Megantoni podría ser como cualquier otra localidad. Salvo que no lo es. Cada año recibirá unos 65 millones de dólares de canon a cambio de la extracción de gas natural más grande del país y allí, aislados en esta Amazonia profunda, 14.000 habitantes —entre indígenas y migrantes— conectarán sus sueños frente a la amenaza que trae consigo su propia riqueza: oportunistas, madereros ilegales y narcotraficantes que constituyen una amenaza para sus bosques y, con ello, para el futuro en Megantoni.

Contactar con alguien en Megantoni es complejo. Aquí no hay carreteras, ni telefonía fija. La conexión de este distrito atraviesa por el Pongo de Mainique, un cañón donde la cordillera se quiebra con las aguas del río Urubamba en Cusco. “Este lugar tiene su espíritu. Mainique es oso en machiguenga. Él nos protege, nos defiende”, nos dice Ismael Gómez, guardaparque del Santuario Nacional Megantoni, una de las áreas naturales protegidas por el gobierno peruano en esta localidad.

Para arrasar los bosques de Megantoni, por tanto, narcotraficantes, mineros y madereros ilegales cruzan el Pongo de Mainique, entre cataratas heterogéneas hacia la planicie amazónica. La distancia de este nuevo distrito se entiende en su comunicación, principalmente, fluvial y muchas veces innavegable. Mientras el gas natural recorre desde Camisea, la capital del distrito, por un ducto de más de 700 kilómetros hasta Lima; sus habitantes transitan, en cambio, muchos kilómetros más de caminos terrestres, fluviales e incluso aéreos. La lejanía de Megantoni parece ser —pese a las necesidades de sus poblaciones— su mejor resguardo frente a aquellos que intentan devastar esta Amazonia casi impenetrable.

Más que guacamayos

Aunque estas amenazas se aproximan a Megantoni, más del 93% de sus bosques se definen en territorios indígenas, comunidades tituladas, la Reserva Territorial Kugapakori Nahua Nanti y áreas naturales protegidas como la Reserva Comunal Machiguenga y el Santuario Nacional Megantoni.

Este último preserva un inmenso bosque inalterado y en él, además del Pongo de Mainique con especies en vías de extinción, todo aquello que necesitaban las comunidades indígenas para su buen vivir. Todo aquello que, en sus profundidades, incluso mantiene a salvo a algunos de los últimos pueblos indígenas en aislamiento voluntario del mundo.

“El Santuario conserva todo”, comenta David Huamán de control y vigilancia en este lugar a cargo del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado. “Su naturaleza no es homogénea, hay energía al caminar en esta gama de plantas, encontrar viviendas aisladas, ver la huella de un animal y saber que estás conservando”.

En la última década se han vivido cambios en Megantoni. Durante esos años, su población ha aumentado en un 71%, de 8.354 a 14,364 habitantes: principalmente colonos de otras regiones dedicados al comercio y agricultura, y empleados de empresas de hidrocarburos cuyas necesidades y expectativas contrastan con las de los pueblos ancestrales.

Los pueblos indígenas balancean su vida en medio de este escenario cambiante donde se desenvuelven, con las nuevas necesidades que descubren como el comercio y la ganadería. Este es un cambio donde los antiguos y nuevos habitantes de Megantoni aún parecen no percibir el valor de vivir rodeados de áreas protegidas. Tal vez porque ellos, los megantonianos, ignoran todo lo contrario: vivir desprotegidos.

Sueño indígena

Si bien los megantonianos no saben cómo es vivir en una Amazonia desprotegida, sí conocen de olvido. El de Echarati, distrito al que antes pertenecían. “Echarati no atendía a nuestras comunidades. Estábamos olvidadas, no podíamos garantizar nuestro desarrollo. El nuevo distrito nació como un sueño y se concretó”, según nos comenta Daniel Ríos, el nuevo alcalde de Megantoni que participó en el pedido de las federaciones indígenas al gobierno peruano.

Las necesidades eran y son muchas. Como en tantos lugares de la Amazonia, aquí existe poca conectividad y, junto a ella, brechas de acceso a agua potable y salud, contaminación por derrames de gas y, pese a que cuenta con la reserva energética más importante de América Latina, 17 de sus 32 comunidades indígenas tienen energía con generadores. Las otras más cercanas a Camisea, que concentra las operaciones gasíferas, tienen mayor disponibilidad de servicios básicos. La vida en este lugar, pues, gira en torno a la conectividad.

Por todo esto, las comunidades indígenas crearon esta municipalidad en los territorios de Echarati donde se encuentran los lotes 56, 57, 58 y 88 operados por algunas de las compañías petroleras más poderosas en el Perú. Mediante una ley emitida en julio del 2016 —mientras el expresidente Ollanta Humala terminaba su mandato— se legitimó su pedido.

Este año Megantoni celebra su segundo aniversario, así como sus primeras elecciones municipales. Daniel Ríos se convertirá en su primer alcalde por un gobierno completo gracias al 46.94% de los votos. “Por primera vez entraremos a la gestión pública y queremos hacerlo bien”, decía quien, a sus 42 años, además de geólogo y dirigente indígena, es un hombre que confía en lo que él puede hacer por Megantoni: “Solucionaremos los problemas más agobiantes. No podemos seguir siendo una zona gasífera donde las comunidades no tienen acceso a agua y salud”.

Sus prioridades para este primer año de gobierno son, por supuesto, conectividad, agua y salud. Salud con centros médicos en las comunidades. Agua con un sistema integral para todos. La conectividad; sin embargo, es un desafío donde las necesidades de una población tan diversa se entrelazan con las amenazas que acechan su riqueza natural, económica y cultural. Y es que conectar el distrito a través de una carretera, como indica la ONG ProNaturaleza, atraería un sinnúmero de migrantes que podrían invadir los bosques en tierras indígenas y áreas naturales protegidas. Entre ellos cada vez más madereros y mineros ilegales entrarían a este distrito donde aún el 97% de sus bosques persisten intactos.

“A veces se pasan al santuario y sacan especies maderables. Estamos controlando, pero con una carretera no sabemos. Esperamos armonía con la naturaleza”, dice Huamán quien considera que se debe conjugar la conectividad del distrito con la conservación de su riqueza natural.

Frente a ello, el Santuario Nacional de Megantoni es una de las nueve áreas naturales protegidas del SERNANP con las cuales trabaja el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) mediante la iniciativa Amazonia Resiliente financiada por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF). De esta manera, el gobierno peruano en alianza con el PNUD está trabajando con especialistas como Huamán para contribuir a mejorar la gestión del Santuario y conservar, así, sus bosques para el futuro de los servicios ecosistémicos como agua, aire y alimento que hoy brindan a todo el distrito.

“No queremos un desarrollo negativo de construcciones. Necesitamos desarrollo humano, proteger nuestros derechos en respeto al medio ambiente, pensando en el futuro”, cuenta Ríos consciente de que la riqueza de este nuevo distrito, que va más allá de la económica, ahora está en sus manos.

Con todo esto por delante, Megantoni se levanta en oportunidades. Este distrito indígena se despierta, desde su lejanía, en el sueño de la Amazonia que queremos. “No hay otro camino. Si no empezamos a actuar sobre la conservación de nuestra biodiversidad, en 50 años seremos pobres”, dice Ríos. “Queremos ser un modelo en el Perú y el mundo” y con esa misma convicción sus habitantes se conectan para esquivar intereses de toda índole. Para reconstruir la historia de Megantoni desde y para sus protagonistas. Una historia que, esta vez, compartirán con el mundo.

Este texto apareció originalmente en El País, puedes encontrar el original aquí.

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