Rafael Malpica
Concepción del Oro, Zacatecas, México, 24 de julio de 2020, México Ambiental.- El descubrimiento de herramienta lítica de tradición tecnológica desconocida, fragmentos de hueso animal, restos de plantas, y los resultados de los análisis de laboratorio de ADN ambiental contenido en sedimento recolectado en los últimos años en la cueva Chiquihuite, en el municipio de Concepción del Oro, en Zacatecas, México, sugiere que fue ocupada por personas hace aproximadamente entre 33,000 y 31,000 años. Científicos de la Universidad Autónoma de Zacatecas y del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), liderados por el arqueólogo Ciprian F. Ardelean, han realizado este extraordinario hallazgo antropológico y arqueológico, que es determinante para reescribir la historia ambiental y social de la presencia del hombre americano primitivo, aunque no se halló ADN humano.
Ardelean, académico de la Universidad Autónoma de Zacatecas y un experto en ocupación humana temprana en América, dijo contundentemente: “Nuestros resultados proporcionan nueva evidencia de la antigüedad de los humanos en las Américas, ilustran la diversidad cultural de los primeros grupos de dispersión, que son anteriores a los de la cultura Clovis, y abren nuevas direcciones de investigación”.

Foto University of Dexeter
Y es que estos nuevos descubrimientos científicos en México, aportan pruebas contundentes y evidencias confiables, que contradicen lo que se sabía hace apenas dos décadas, sobre la presencia del hombre antiguo y el poblamiento de América del Norte. Y no solo es el noroeste mexicano, y específicamente Zacatecas en la cueva Chiquihuite. También hay evidencias físicas en las Tierras Altas de Chiapas, en algunos sitios del México central, y recientes descubrimientos en cuevas inundadas de la costa caribeña, correspondientes al final de la época del Pleistoceno y al Holoceno Temprano, que retrasan hasta hace 33 mil años atrás la presencia de los primitivos hombres y mujeres americanos.
Además de proporcionar evidencias confiables de la antigüedad de la presencia humana en la región noroeste de México, los restos materiales orgánicos, y líticos de manufactura humana encontrados en Zacatecas, comprueban la diversidad cultural de los primeros grupos que se dispersaron por el continente.

Foto: Ciprian Ardelean
Esta investigación en particular, forma parte del gran Proyecto Arqueológico de los Cazadores del Pleistoceno del Altiplano Norte, de la Universidad Autónoma de Zacatecas, que es financiado parcialmente por el Conacyt. En este amplio proyecto de ciencia, se han identificado más de 30 sitios de cazadores-recolectores en la cuenca endorreica de Concepción del Oro, ya registrados ante el INAH.
Las reflexiones anteriores son parte de los resultados de esta investigación multidisciplinaria e interinstitucional, y se presentaron en el artículo Evidence of human occupation in Mexico around the Last Glacial Maximum, publicado este miércoles 22 de julio en la prestigiosa revista científica Nature, en la cual los científicos encabezados por el doctor Ciprian F. Ardelean, arqueólogo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, sostienen que América del Norte estaba poco poblada, posiblemente antes del Último Máximo Glacial (LGM, por sus siglas en inglés), con un rango temporal que va de los 26,500 a 19,000 años, lo que sugiere que existieron grupos humanos anteriores a los Clovis, cuyos restos arqueológicos y óseos de unos 13,500 años de antigüedad, eran considerados los primeros pobladores de América. Aunque Ardelean corre la ocupación temprana hasta hace 33 mil años.
El artículo se puede ver en su versión original en:
Allí, aparece como autor principal Ciprian F. Ardelean. Entre los coautores participan tres investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), organismo desconcentrado de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, quienes llevan a cabo los estudios en materia paleontológica del proyecto. Son Irán Rivera González, investigadora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Joaquín Arroyo Cabrales, codirector del Proyecto Paleontológico en Santa Lucía; y Alejandro López Jiménez, también paleontólogo en Santa Lucía.
El equipo científico, acepta que la colonización inicial de las Américas es aún, un tema muy debatido; de hecho, se desconoce el momento exacto de las primeras llegadas. Reconoce que el registro arqueológico más antiguo de México, que ocupa una posición geográfica clave en el continente americano, es poco conocido y poco estudiado.
Las investigaciones antropológicas mexicanas, se ha mantenido en la periferia de la investigación antropológica clásica, que se focaliza en las primeras poblaciones estadounidenses.
De allí la importancia de los resultados de las excavaciones recientes en la cueva Chiquihuite, un sitio de gran altitud en el centro-norte de México, que corroboran hallazgos previos de diferentes autores e investigadores en las Américas, con evidencia cultural que data del Último Máximo glacial (hace 26,500–19,000 años), y que retrasa las fechas de dispersión humana en la región, posiblemente ya hace 33,000 a 31,000 años.

Foto: Mads Thomsen / Nature
Los científicos describen en este artículo, rigurosos métodos de estudio en laboratorios de Dinamarca, Oxford (Reino Unido) y México (UNAM, SLAA-INAH, ENAH), aplicados en muestras microscópicas de hueso, carbón y sedimentos en los que se conservaron polen y fitolitos, así como elementos químicos propios de la acción humana, los cuales llevaron a la obtención de datos cronológicos certeros, a partir de más de 50 fechamientos: 46 por radiocarbono y 6 por Luminiscencia Ópticamente Estimulada (OSL). También se explican datos genéticos, paleoambientales y químicos que documentan entornos cambiantes donde habitaron hombres y mujeres desde durante una ocupación que iría de los 33,000 a 13,000 años.
Explican los resultados en el estudio de la industria lítica recuperada en la cueva, de la que se encontraron unos mil 900 artefactos de piedra dentro de una secuencia estratificada de 3 m de profundidad que fue perfectamente explorada y analizada. Lo interesante al respecto, es que se trata de una tradición cultural de trabajo de piedra desconocida, que perduró durante los casi 18,000 años de ocupación del sitio, y que experimentó solo cambios menores durante milenios.

El arqueólogo Ciprian Ardelean detalló que el hecho de tratarse de lítica desconocida, no significa algo extraordinario, pues la talla de piedra en los grupos cazadores-recolectores del Pleistoceno es distinta. Dijo que lo relevante, en realidad, es que los datos indican una diversidad cultural amplia de la gente que llegó a poblar Norteamérica.
De allí parte su propuesta de considerar que cada grupo seguía sus rutas y enfrentaba el entorno con respuestas particulares y desarrollaba sus estilos propios.
Trabajo de campo en la cueva Chiquihuite
La búsqueda y localización de la cueva Chiquihuite en Zacatecas, es una historia aparte, llena de aventura, trabajo, cansancio, y muchos kilómetros recorridos. El Dr. Ardelean localizó este sitio después de un año de recorrer a pie y de manera sistemática cientos de kilómetros de sierra, en la región de Concepción del Oro, donde buscó evidencias humanas antiguas, guiándose por la interpretación de la forma del terreno y con la orientación de lugareños. En 2010, alcanzó la cueva Chiquihuite, ubicada a 2,740 metros sobre el nivel medio del mar y, aproximadamente, a 1,000 metros sobre el suelo del valle.
Los primeros vestigios los halló en 2012, a través de un pozo de sondeo donde constató el potencial arqueológico. En 2016 comenzó la primera temporada de campo, derivada de un proyecto de investigación avalado por el Consejo de Arqueología del INAH. Hasta ahora, ha liderado cuatro temporadas de campo. Desde las primeras capas halló artefactos de piedra de factura extraña que al principio le costó trabajo entender, porque eran lascas transversales, es decir, más anchas que largas.

El sitio habitado por primitivos grupos de hombres y mueres del Pleistoceno, es una cueva de paredes grisáceas, que presenta dos cámaras interconectadas, cada una de más de 50 metros de ancho, 15 metros de alto y un suelo inclinado repleto de estalagmitas. A estas puntas de roca carbonatada las llamó centinelas del pasado: “Debajo de los espeleotemas uno pisa el Pleistoceno”, dice con emoción Ciprian Ardelean. Las herramientas más antiguas se alcanzaron a los tres metros de profundidad, pero en todas las capas se encontraron artefactos.
El arqueólogo mexicano, -un apasionado de la academia, de la aventura y de la presencia del hombre antiguo en América-, y su equipo, han clasificados núcleos, lascas, cuchillas, restos de lascas modificadas o usadas, rascadores, puntas, azuelas y elementos puntiagudos formados por fractura de los bordes de la piedra caliza y láminas de calcita.
Los resultados del análisis petrográfico sugieren que no pertenecen a la roca que conforma las paredes y el techo de la cueva. Se sabe que 90 por ciento de las herramientas son de piedra caliza recristalizada, de colores verde y negruzco, disponible en las proximidades del sitio, en forma de pequeños nódulos sueltos, erosionados de fuentes geológicas aún no identificadas.
Un aspecto que llamó la atención de las y los científicos en el campo, es la selectividad del material pétreo, observada en la fabricación de herramientas, lo que pone de relieve el conocimiento de los valores de la piedra disponible, y la toma consciente de decisiones de sus talladores, de acuerdo a ese valor. Esta es una de las conclusiones más interesantes del artículo científico en Nature.

Al interior de la cueva, la temperatura se mantiene en 12 grados, no importa si afuera es invierno o primavera. Por ese dato, Ardelean supone que sirvió de refugio obligado durante el invierno, donde cazadores-recolectores se protegían de las bajas temperaturas registradas antes del Último Máximo Glacial.
El área de excavación se ubicó 50 metros hacia adentro de la entrada principal de la cueva, que, por cierto, quedó sellada a consecuencia de un derrumbe a finales del Pleistoceno. Los arqueólogos ingresaron por una entrada secundaria, haciendo maniobras espeleológicas y de excavación de alto riesgo, y con desarrollo muy lento para evitar un deslave.
De acuerdo al artículo, las condiciones de la cueva, su temperatura regular interior, y el hecho de quedar sellada por el derrumbe, son factores determinantes que contribuyeron a que en su interior se conservara material orgánico en perfectas condiciones, lo que hizo posible recuperar ADN ambiental. Ardelean explicó que se localizaron y recuperaron en perfecto estado físico, “… moléculas de ADN disueltas en la tierra procedentes de polen, orina, cabellos, células muertas”.
“Lo que sucedió aquí es que cualquier componente de un ser vivo queda disperso en el ambiente y cae al suelo, pegándose a las arcillas, las cuales se recuperan para ser analizadas”, dijo el experto.
Con estudios de laboratorio específicos, se identificaron especies de plantas presentes en cada época. Para el LGM, los resultados describen una zona boscosa que el arqueólogo compara con paisajes canadienses contemporáneos, es decir, bosques, grandes lagos e inviernos crudos. Pasado el LGM ocurrió un cambio muy claro en el que dominan las agaváceas.
Los botánicos identificaron fitolitos de una especie de palma, -incluso algunos quemados-, que pudieron corresponder a algún artefacto o alimento llevado ahí por personas. En todos los estratos excavados y analizados, se halló carbón vegetal, posiblemente resultado de una combinación de incendios forestales, y de fogatas de origen humano.

Respecto a los restos de fauna asociados a este asentamiento, se identificó ADN de murciélago presente en todas las capas, así como de diferentes especies de roedores, marmota, cabra, oveja, y una baja proporción de aves, básicamente de ejemplares de gorrión y halcón. De fragmentos óseos se extrajo microfauna, y en los estratos del periodo LGM se recuperaron restos de huesos que corresponden a géneros más complejos como oso negro, cóndor y nutria.
Uno de los coautores del artículo, el paleontólogo Joaquín Arroyo, jefe del Laboratorio de Arqueozoología del INAH, destaca que, en un ejemplar de los pocos huesos que pudieron ser fechados, fue un báculo de oso que se halló completo, y que generó una gran expectativa al sitio pues arrojó una fecha de 27,500 años de antigüedad. Explicó que, de las exploraciones en la cueva, se descubrieron muy pocos huesos grandes, que están bastante fragmentados.
Aun así, el especialista logró la identificación de los restos óseos y brindó apoyo institucional para la investigación, por parte del INAH. También realizó la comparación de los resultados de estudios de ADN ambiental.
Joaquín Arroyo consideró que la participación en estudios interinstitucionales y multidisciplinarios forma parte de las labores del Laboratorio de Arqueozoología del INAH, lo que permite que el instituto se involucre totalmente en estudios internacionales, en este caso, de gran impacto para las investigaciones de la prehistoria americana.
Los autores del artículo científico en Nature son, además de Ciprian Ardelean y compañeros mexicanos: Lorena Becerra-Valdivia, Mikkel Winther Pedersen, Jean-Luc Schwenninger, Charles G. Oviatt, Juan I. Macías-Quintero, Martin Sikora, Yam Zul E. Ocampo-Díaz, Igor I. Rubio-Cisneros, Jennifer G. Watling, Vanda B. de Medeiros, Paulo E. De Oliveira, Luis Barba-Pingarón, Agustín Ortiz-Butrón, Jorge Blancas-Vázquez, Corina Solís-Rosales, María Rodríguez-Ceja, Devlin A. Gandy, Zamara Navarro-Gutiérrez, Jesús J. De La Rosa-Díaz, Vladimir Huerta-Arellano, Marco B. Marroquín-Fernández, L. Martin Martínez-Riojas, Thomas Higham y Eske Willerslev

Foto University of Dexeter
Ciprian F. Ardelean
Es profesor-investigador desde hace casi 20 años, con perfil deseable del Programa para el Desarrollo Profesional Docente (PRODEP), y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Estudió la licenciatura en la Universidad de Babes-Bolyai de Cluj-Napoca, Rumania (1998). La maestría en Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de la ciudad de México (2001), y el doctorado en Arqueología en la Universidad de Exeter, Reino Unido en 2013. Además, ha realizado estancias de investigación y colaboración académicas en el Instituto Smithsoniano de Washington, DC, en la Universidad de la República en Montevideo, Uruguay, en 2015. En 2016, realizó una estancia académica en Gran Bretaña, donde estuvo en la Universidad de Oxford, la Universidad de Exeter, y el Museo Británico de Londres.
Ardelean es director del proyecto arqueológico Cazadores del Pleistoceno en el Altiplano Norte. Diversidad cultural y ambiental en el Pleistoceno-Holoceno mexicano, vigente desde hace más de una década, orientado al estudio de sociedades antiguas de cazadores-recolectores nómadas en el semi-desierto zacatecano.
La Universidad Autónoma de Zacatecas, en su sitio web, detalla que, entre los objetivos primordiales del proyecto, está el descubrimiento e investigación de sitios arqueológicos de finales de la Era de Hielo o Pleistoceno, para identificar el poblamiento humano temprano del continente, y la presencia de los primeros seres humanos en el territorio mexicano. En todo este período, el área central de interés es el norte del estado, y particularmente los municipios de Concepción del Oro y Melchor Ocampo.
En este gran proyecto antropológico encabezado por Ardelean, colaboran hombres y mujeres de ciencia de México, Estados Unidos y Reino Unido. También estudiantes de arqueología de la Unidad de Antropología de la UAZ, quienes participan activamente en las expediciones en la sierra y en los trabajos de campo y laboratorio.

La controversia académica desde Nature
También hoy, como complemento a la publicación del artículo de Ciprian Ardelean y colaboradores, Colin Barras publicó en Nature su artículo Controversial cave discoveries suggest humans reached Americas much earlier than thought, donde detalla los descubrimientos antropológicos y arqueológicos de los mexicanos en la cueva Chiquihuite, que “… apuntan a la ocupación hace más de 30,000 años, pero no todos están convencidos”.
Con todo detalle, afirma que los arqueólogos que excavaron una cueva en las montañas del centro de México, “… han descubierto evidencia de que las personas ocuparon el área hace más de 30,000 años, lo que sugiere que los humanos llegaron a América del Norte al menos 15,000 años antes de lo que se pensaba”. El descubrimiento de cientos de herramientas de piedra antiguas, está respaldado por un nuevo análisis estadístico que incorpora datos de otros sitios, “… pero la conclusión ha provocado controversia entre algunos investigadores”.
Uno de ellos, citado por Colin Barras, es el arqueólogo Kurt Rademaker de la Universidad Estatal de Michigan en East Lansing, quien dijo: “Cuando veo que se hace una afirmación que es tan dramática, entonces la evidencia tiene que estar ahí para corroborar lo afirmado”.
En el artículo se comenta que los primeros humanos en las Américas vinieron del este de Asia, pero aún continúa el debate sobre el momento, la época prehistórica en que lo hicieron. “Algunos investigadores piensan que podría haber sido hace 130,000 años, aunque la mayoría de la evidencia arqueológica que respalda esta teoría, genera discusiones. Por ejemplo, algunos de los artefactos de piedra son tan simples que los escépticos dicen que probablemente fueron producidos por procesos geológicos naturales en lugar de personas. La opinión generalizada es que la población de las Américas comenzó hace unos 15,000 o 16,000 años, según la evidencia genética y los artefactos encontrados en sitios que incluyen el Monte Verde II de 14,000 años en Chile”.

Pero los últimos descubrimientos de Ciprian Ardelean, en Zacatecas, cuestionan ese consenso, dice Barras.
Añade en su nota que François Lanoë, arqueólogo y antropólogo de la Universidad de Arizona en Tucson, cree que los resultados alcanzados por Ardelean y su equipo de apoyo, son “… un buen argumento para (explicar) la ocupación humana antigua… pero los datos publicados son notoriamente problemáticos de interpretar”.
Lanoë cree que las herramientas de piedra podrían haberse desplazado a capas más profundas por la actividad geológica o biológica, e incluso, tal vez movidas, por animales excavadores, haciéndolos parecer más antiguos de lo que realmente son, al ubicarse lejos de su posición original, mucho más abajo en los estratos del subsuelo de la cueva.
Y lanza un golpe premeditado, que cuestiona totalmente el valor de los resultados alcanzados por los científicos mexicanos de la Universidad de Zacatecas y del INAH: “Eso es, asumiendo que realmente son herramientas de piedra”.
En la misma línea, Kurt Rademaker, cuestiona la manufactura humana de estos restos que han sido catalogados como industria lítica en Chiquihuite, es decir, herramientas humanas. Explicó que “… si un artefacto es una herramienta de piedra, se deben advertir restos de numerosas virutas retiradas del borde”, pero no hay evidencia clara en las fotografías publicadas por Ardelean en su artículo. Y esto es algo en lo que coincide también el arqueólogo Ben Potter, de la Universidad de Liaocheng en China.
Ciprian Ardelean, de acuerdo al artículo de Colin Barras, admite que algunas de las herramientas podrían haberse movido a capas inferiores. Sin embargo, las 239 herramientas más antiguas se encuentran debajo de una capa impenetrable de lodo formado durante la altura de la última edad de hielo, por lo que deben tener al menos esa edad. El científico mexicano insiste en que son herramientas y, por las marcas, sugirió que fueron hechas por principiantes que aprendieron de expertos; y afirmó contundente: “Alguien estaba enseñando a alguien más en este sitio.”
El texto de réplica de Colin Barras concluye que aparte de las herramientas de piedra, el equipo mexicano de la Universidad de Zacatecas, encontró relativamente poca evidencia de presencia humana en la cueva Chiquihuite. Más aún, los genetistas liderados por Eske Willerslev de la Universidad de Copenhague, buscaron ADN humano antiguo en la tierra de la cueva, pero no encontraron trazas. “Por supuesto, me decepcionó”, admite Ardelean, con lo que queda abierta la discusión de los antropólogos y arqueólogos del mundo –especialmente de Estados Unidos-, para respaldar y aceptar la hipótesis de Ciprian Ardelean, o para rechazar la proposición, por falta de evidencias contundentes.
Así las cosas, sigue vigente la fecha de alrededor de 15,000 años atrás, como la época de asentamiento de los primeros grupos humanos en América, aunque el trabajo de Ardelean, y de otros científicos y científicas especialistas en el linaje humano, buscará corroborar con evidencias físicas confiables, incluso ADN humano, que el Homo sapiens se asentó en territorio de las Américas hace unos 33,000 a 31,000 años. La polémica científica está en ambiente.