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Freno al coronavirus en la Antártida

Rosa M. Tristán

Madrid, España, 31 de enero de 2020, El País. – Miles de casos confirmados, dos centenares largos de fallecidos, millones de sospechosos de contagio… y un impacto que, directa o indirectamente llega a lugares tan lejanos como la Antártida. No se alarmen. No es que haya llegado la infección a tan prístino continente, pero sí que ha llegado su impacto: el programa antártico chino, como medida preventiva, ha suspendido las operaciones científicas previstas en sus bases y también las visitas turísticas que reciben. No quieren trasiego de personas por sus instalaciones que puedan estar contagiadas sin saberlo y, por tanto, que se conviertan en un foco de infección en un lugar donde el espacio para la convivencia humana, por necesidad, es muy estrecho. La noticia de este parón en las bases chinas llegó al Comité Polar Español a través del COMNAP, el organismo internacional que reúne a los administradores de los programas antárticos nacionales.

Antonio Quesada, que además de científico es secretario técnico del Comité Polar Español, me cuenta: “Este año esta medida no nos afecta porque nadie español iba a ir a sus bases, como sí hacemos otros años, pero el caso da idea de cómo la Antártida aun estando lejos debe protegerse, y es una buena noticia que hayan tomado esa decisión”, comenta.

Las cuatro bases chinas cerradas hasta nueva orden —algunas ya están activas científicamente desde hace semanas— son la Great Wall (Gran Muralla), que está en la isla Rey Jorge y es la más cercana a las bases españolas, y la Zhongshan, el Taishan Summer Camp y la Kunlun, las tres en la Antártida Oriental. Curiosamente, la Gran Muralla china, en la Antártida, es el segundo destino turístico más visitado de todo el continente. Se calcula que unos 20.000 turistas chinos pasaron por allí de visita en el verano austral del año pasado. De hecho, China es un país líder en cuanto a turistas antárticos en las últimas temporadas, así que la pregunta surge sola: ¿Qué pasará con ellos? ¿Podrán visitar otras zonas de la Antártida aún a riesgo de llevar algún caso sospechoso a bordo? “La realidad es que nadie puede ordenar que no se visite la Antártida, porque ese continente no es de nadie. Nosotros no dejamos nunca visitar nuestras bases, así que por ahí no tenemos nada que temer”, recuerda Quesada.

Afortunadamente, es un continente despoblado (apenas viven allí unas 5.000 personas en verano y unas 1.000 en invierno) y, si bien el coronavirus ha pasado de un murciélago a un ciervo y de ahí a los humanos, según las primeras hipótesis, los que más tendrían que temer son los propios pasajeros de cruceros chinos, que son muy numerosos, dado que no es previsible que puedan contagiar a pingüinos (sobre todo si se cumple la norma de no acercarse a menos de 10 metros).

De momento, al responsable técnico del Comité Polar le preocupa más estos días que el volcán de isla Decepción dé un susto. De momento, el semáforo que indica el nivel de riesgo ha pasado de verde a amarillo, después de que los vulcanólogos españoles de la base Gabriel de Castilla detectaran cambios en los parámetros que indican cierta actividad. Es algo que no ocurría desde hace cinco años. “De momento, no hay que preocuparse y todo sigue igual, pero sí que tenemos que estar muy atentos por si aumenta esa actividad volcánica. En los años noventa ya hubo un conato de erupción. Nosotros no llegamos a desalojar, pero sí lo hicieron los argentinos, aunque al final no pasó de un susto”, recuerda Quesada. Más atrás en el tiempo, en 1967, una explosión volcánica destruyó totalmente una base chilena. Es algo que tienen muy presente todos los que están allí.

Aunque este año, su grupo del proyecto MicroAirPolar no ha viajado a la Antártida (“Tenemos muchos datos ya para analizar”, me dice), aún en la distancia, Quesada es una mina de información de lo que pasa en el continente. Ir a verle antes de iniciar el viaje al sur, es fundamental: “Nos llega mucha información de lo que ocurre en todos los lados porque los programas polares estamos muy conectados. Y la transmitimos nosotros, como ahora con el tema del volcán, eso sí, sin comprometernos con los de los cruceros, que toman sus decisiones”.

Y es que el negocio del turismo, está creciendo, y no siempre, reconoce, quienes lo dirigen son conscientes de los riesgos del lugar en el que están. “Este año, un crucero que estaba por el norte de isla Livingstone se dio con una piedra y se hizo una raja de ocho metros por meterse en una zona que no estaba cartografiada. Hubo suerte y pudo seguir viaje hasta tierra”, cuenta el científico, que trabaja en la Universidad Autónoma de Madrid. Otras veces, como pasó este año, les surgen problemas porque no hay espacio en los puertos para que atraque un buque científico debido a que tienen prioridad los transportes de turistas. Y los puertos no son grandes…

Por cierto, que en las dos bases (Juan Carlos I y Gabriel de Castilla) comienza estos días la renovación de equipos y proyectos, una vez terminada la primera fase de la Campaña Polar. Unos, como el Powell 2020, que ha estado un largo mes a bordo del Hespérides, inician el regreso a España, mientras que otros científicos e invitados, entre los que me encuentro, preparamos ya el equipaje para iniciar la aventura polar. También los hay que permanecerán dos meses y medio sin salir de la Antártida.

Desde el buque oceanográfico se moverán pasajeros y materiales de las bases al aeródromo de Rey Jorge, la misma isla donde está la base china Gran Muralla, o a Ushuaia (Argentina). También se sacarán las 10 toneladas de residuos que han generado unas obras en la base Gabriel de Castilla y los que se producen en el día a día de las tres instalaciones.

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