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La concepción de la naturaleza en Mesoamérica y Tláloc

Juan M. Madrigal M.

Uruapan, Michoacán, México, 21 de junio de 2019, México Ambiental.- Muchos investigadores del pensamiento clásico mesoamericano, prehispánico, de la cultura náhuatl, y de la escultura que se exhibe en el Museo de Antropología e Historia de México, en la Ciudad de México, conocida como la Coatlicue, según estos estudiosos (Nicholson, Von Winning, Krickeberg, Burland, Soustelle, etc.), esta representación es el Dios de la Lluvia, venerado, creen,  porque el agua es indispensable para la producción agrícola, para sobrevivir físicamente.

El Dr. Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013) -mexicano, clasicista, traductor, poeta, investigador, Maestro en Lenguas Clásicas (latín y griego), Doctorado en Letras, experto en literatura prehispánica y náhuatl; miembro del Colegio Nacional, Premio Nacional de Literatura y Lingüística (1974), creador del Centro de Estudios Mayas, y director de la Biblioteca Greco-Romana (UNAM)-, realizó un profundo estudio sobre la llamada Coatlicue, la de faldas de serpientes, y de Tláloc, y llegó a la conclusión de que su descripción oficial en el museo (de la Coatlicue) es errónea y reduccionista, pues -aduce Bonifaz- Tláloc no es solo el Dios de la lluvia, sino que la dizque Coatlicue resume en realidad la visión más profunda del pensamiento e identidad mesoamericana, y lo que es la “naturaleza” y lo humano para esta cultura.

El Dr. Rubén Bonifaz, en su obra Imagen de Tláloc, Ed. UNAM, CDMX, 1986, demuestra la aseveración anterior, basándose (más que en textos considerados antiguos) en obras artísticas mesoamericanas, como esculturas, arquitectura, murales, cerámica, objetos rituales, etc.

Los elementos constitutivos de la escultura del museo son, de serpientes: cabezas, cuerpos, colas; y de partes humanas: manos, hombros, brazos, senos femeninos, espalda, sangre, corazones, calaveras; y secundariamente: plumas, caracolas, trenzas, cascabeles.

Según el estudio del Dr. Rubén Bonifaz, esta imagen de Tláloc no trata de representar a un dios en particular sino el acto y poder supremo de creación; expresa “… un conocimiento metafísico de lo existente” (p. 10, de su libro mencionado arriba). Es el momento previo a la creación del espacio, tierra, y de lo “celeste”, antes del nacimiento del mundo. Es la conciliación de lo femenino y lo masculino, de lo activo y de lo pasivo, de lo positivo y negativo; es la unión de los extremos opuestos, una tercera entidad, ni la una ni la otra sino ambas simultáneamente (véase p. 7).

Estas tres partes están en una relación de parentesco; es una metamorfosis entre animales (serpientes, águilas) y lo humano. El ser humano es el motor del motor, “la condición indispensable”, esta imagen de Tláloc “es una pasmosa imagen del espíritu” (p. 9).

Lo femenino en esta escultura, quizá la última antes de la llegada de Hernán Cortés, es “… la preparación de una creación opulenta” (p. 147) donde se desdobla en vida y muerte, y se vuelve a unir. La falda de serpientes simboliza la movilidad. La escultura es la figuración del más grande poder, con rasgos femeninos y maternales, la generación de lo nuevo y su amoroso cuidado.

Este poder es el ser humano, “… el principio neutro a partir del cual se transmutan y capacitan para la acción” todas las cosas (p. 149 s.). Es el poder mayor creador del universo. Tres serpientes (el bien, la guerra y lo humano) que se unen. Sin el ser humano no hay creación”, (p. 153).

Así, el Dr. Rubén Bonifaz, más dialéctico, niega la interpretación dualista y pesimista con la que algunos han caracterizado al Ser Supremo, Ometéotl, en el pensamiento mesoamericano. Para Bonifaz, el dualismo como cosmovisión es una forma de maniqueísmo, considera que si no hay un puente neutro entre los extremos entonces no sería posible el movimiento, su trasmutación y unión por la acción creadora. Esto permite “una triada fecunda” (véase, pp. 137-142).

Entre los sabios nahuas, lo femenino y masculino se unen en Tlaltecuhtli: el Señor-Señora de la Tierra, es la lluvia que viene de lo alto, del cielo, humedece y fecunda lo de abajo, a la vegetación y milpas. Lo neutro, el puente, es la fuerza de lo humano, ojos y bocas por todas partes: el poder de la conciencia que ve y dice, espejo de Moyocoyatzin (“el Inventor de sí mismo”).

El Dr. Robert Lanza, el más importante investigador actual de las células madre, quien ha trabajado en laboratorio con dos premios Nobel, en su libro Biocentrismo, Ed. Sirio, España, 2009, nos dice que la vida no surge de la nada, sino que la vida crea al tiempo y al espacio, que la mente humana, manantial de lo vivo, aquí y ahora al percibir crea, el observador crea al fenómeno. Todo está interrelacionado, en contacto, el riel del tren es tocado por el sol y la lluvia, al igual que el pino, quien lee esto percibe, se da cuenta de esto. Parece que esto es lo que quería decir el Dr. Rubén Bonifaz en su análisis de la escultura de Tláloc: percibir es crear, la vida crea al universo a cada instante…

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