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La contaminación sonora también mata

Madrid, España, 6 de enero de 2020, El País. – La contaminación mata. Lo hace esa que forma una boina anaranjada sobre las ciudades y otra que no se ve, pero se oye. El ruido causa 16.600 muertes prematuras en Europa y 72.000 hospitalizaciones al año, según la Agencia Europea del Medio Ambiente. El principal responsable es el tráfico rodado, primer culpable también de la emisión de los gases que envenenan el aire que causan en España 10.000 muertes prematuras al año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Enfermedades cardiovasculares, hipertensión, trastorno del sueño, bajo rendimiento, deterioro cognitivo, tinnitus o sordera, son enfermedades con las que la contaminación acústica tiene relación directa y clara. Algunas investigaciones también apuntan que algunos problemas del embarazo, obesidad y diabetes están asimismo asociados a un ruido excesivo, algo que sufren durante el día casi la mitad de los europeos y alrededor de un tercio por la noche.

Como sucede con la polución del aire, es imposible determinar en casos individuales cuándo las dolencias se deben específicamente al ruido, ya que suelen ser multifactoriales. Para sacar sus conclusiones, los científicos se basan en análisis epidemiológicos de grandes poblaciones; pero cuando en una persona se mezcla una exposición prolongada con ciertos síntomas no es raro que la contaminación acústica tenga un papel importante.

Los problemas de insomnio de Alex Mas llegaron cuando se mudó a la Plaza del Sol, en Barcelona. “Yo dormí toda la vida como un tronco. Desde que estoy aquí, eso cambió, y me hizo ‘clic’; ya ni con silencio puedo conciliar bien el sueño”, relata este vecino de una zona de ocio nocturno y botellón, uno de los 13 millones de europeos que sufre trastornos del sueño por el sonido excesivo. “A partir de ahí, se junta con un trabajo muy intenso y he desarrollado estrés y ansiedad”, relata.

Los mecanismos por los que la contaminación acústica afectan a la salud van siendo cada vez más conocidos. Julio Díaz, jefe del Departamento de Epidemiología de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III, explica que el cuerpo vive el ruido como una agresión: “Lo que buscas es repelerla, así que hace falta que los músculos tengan energía, por lo que aumenta la tensión arterial y la frecuencia cardíaca, para que les llegue más oxígeno”. Este sería el origen de los problemas cardíacos y la hipertensión. “También se genera más glucosa para proporcionar energía, pero como es una agresión ficticia, no se elimina realmente”. Esto, asegura Díaz, explicaría la relación con la diabetes y la obesidad. “Por otro lado, para que todo esto funcione hace falta cortisol. Existen estudios que demuestran que los niveles altos de esta sustancia bajan el sistema inmunológico. Así, una infección controlada puede dejar de estarlo”, relata el experto para mostrar la relación del ruido con las enfermedades respiratorias. Para apoyar esta tesis, se vale de investigaciones como una que examinó a un niño en una habitación ruidosa y otra silenciosa. El cortisol del primero en la saliva era mucho más elevado que en otro. “Esto tiene un claro impacto en la salud”, concluye Díaz.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó en octubre de 2018 una nueva guía del ruido haciendo un repaso a toda la literatura científica, en la que bajaba los umbrales de exposición que considera seguros. Recomienda reducir los niveles por debajo de 53 decibelios durante el día y 45 por la noche para el tráfico rodado, la fuente más común. “El problema de España es que no cuenta con estudios a largo plazo”, explica el investigador del Carlos III. Su equipo sí ha hecho varios a corto en Madrid, que muestran que tras picos de exposición sonora incrementan los ingresos hospitalarios de forma similar a lo que hacen los gases procedentes de la combustión de los vehículos. “Comprobamos que aumentan por causas circulatorias y respiratorias en el año 2000; luego, en 2007, que producía más ingresos en niños, especialmente por neumonía. Y, en 2014, ratificamos que es capaz de producir más ingresos por impactos cardiovasculares y diabetes, veremos si también causa muertes”, subraya. Para llegar a estas conclusiones se comparan mediciones de ruido con los registros hospitalarios.

María Foraster, una de las autoras de la guía de la OMS e investigadora del instituto de salud ISGlobal, financiado por la fundación LaCaixa, explica que estamos en un momento en que las cifras pueden evolucionar con nuevos estudios. Podrán realizarse tras analizar los mapas de ruido que los municipios de más de 100.000 habitantes tienen que publicar cada cinco años. La experta asegura que reducir la morbilidad por ruido pasa necesariamente por reducir el tráfico en las ciudades: “Es un doble beneficio, porque también se ataja la contaminación atmosférica”.

“Lo ideal es planificar ciudades en las que no se urbanice cerca de las calles donde pasan vehículos, que tengan espacios de tranquilidad. En las que ya están hechas se pueden poner barreras, aconsejablemente naturales, que tiene más beneficios, pero no siempre es fácil”, subraya Foraster. En su opión, medidas como la restricción del tráfico por zonas son otro camino positivo. “Madrid central sería una buena propuesta. O las supermanzanas de Barcelona”, añade.

Esta iniciativa urbana consiste en cortar a la circulación manzanas completas, o restringirlas al máximo, de forma que solo puedan pasar los residentes, ganando a la vez espacio para otros equipamientos, como canchas deportivas o lugares de esparcimiento. Un estudio de ISGlobal en Barcelona estimaba que la ciudad podría ahorrar hasta 20 millones de euros anuales en atención sanitaria con este tipo de infraestructura.

En la plaza del Sol, donde vive Alex Mas, las comunidades de propietarios llevan años quejándose por el ruido. La organización Ideas For Change hizo un piloto para medir la contaminación acústica y hallar soluciones. Después de estudiar la situación, propusieron cuatro: instalar jardineras en las escalinatas donde más gente se reunía para impedir que se reunieran tantas personas, reduciendo así el sonido que emiten; crear un parque infantil para fomentar otro uso del espacio; aumentar la actuación de la guardia urbana; y mejorar la cartelería y la información sobre las molestias que causaba allí el ocio nocturno. Todavía no se han publicado las nuevas mediciones que determinen qué éxito han tenido estas iniciativas. Pero los vecinos, aseguran, siguen perdiendo el sueño por el ruido. Probablemente, también la salud.

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